La pandemia supuso un aumento del malestar emocional de la población en general, asociado especialmente al confinamiento y a sus circunstancias, lo que provocó un incremento de los síntomas depresivos ansiosos y de estrés. Algo que en los últimos años ha generado una mayor demanda de la atención a la salud mental y que ha puesto de manifiesto, una vez más, la falta de recursos para dar respuesta a todas las necesidades que existen. Así lo han manifestado los expertos reunidos en el taller “Salud mental hoy: muros derribados y promesas pendientes”, organizado por las Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM) y la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental (FEPSM), en colaboración con la compañía Johnson & Johnson. Tal y como ha señalado el doctor Manuel Martín, presidente de la SEPSM, “antes de la pandemia, ya existía una falta de profesionales de psiquiatría, estando muy por debajo en la asignación de recursos en comparación con otros países de nuestro entorno. Ahora, con un claro incremento de la demanda y una disminución del número de profesionales nos enfrentamos a un aumento significativo de las listas de espera”.
Sin duda, la pandemia del COVID-19 ha marcado un antes y un después en la atención a la salud mental. Así lo cree el doctor Víctor Pérez Sola, presidente de la FEPSM: “podríamos decir que la salud mental ha sido como una segunda epidemia, especialmente en los más jóvenes. Sin embargo, todos, independientemente del ámbito laboral, nos hemos sentido frágiles en esos momentos, incluso los que trabajamos en el sector sanitario. Esta situación nos ha llevado a ser más conscientes de la importancia de la salud mental”. Por su parte, la doctora Marina Díaz Marsá, vicepresidenta de la SEPSM, ha manifestado que “la pandemia ha puesto de manifiesto la precariedad y la falta de recursos de los que disponemos para una adecuada atención y seguimiento de estos problemas. Fundamentalmente, se ha visto la necesidad de aumentar el número de psiquiatras, psicólogos y profesionales de enfermería especializado, así como de implementar una mejor atención a la población joven y anciana”.
Aproximadamente, alrededor del 20% de la población española sufrirá un trastorno mental a lo largo de su vida. De estos, aproximadamente más de un 5% se podrían clasificar como trastornos mentales graves, como esquizofrenia, trastorno bipolar y depresiones graves. Las más frecuentes como la ansiedad, la depresión y los trastornos de la conducta alimentaria, así como los problemas de sueño, sufrieron un incremento durante la pandemia. Algo que se vio de forma más acusada entre la población infanto-juvenil.
Escasa inversión y sensibilidad social
Según un estudio europeo, solo entre el 14 y el 36% de las personas con trastornos mentales están en contacto con un servicio de salud mental, dependiendo del país, y solo la mitad recibe un tratamiento adecuado. Una situación, que no es nueva, pero que puede agravarse debido a la falta de profesionales en este campo.
“Históricamente”, ha recordado el doctor Pérez Sola, “ha habido una inversión notablemente menor que en otras áreas de la medicina, ya que la salud mental ha representado solo una sexta parte de la inversión en comparación con la atención médica convencional. Corregir esta disparidad llevará mucho tiempo. Una falta de inversión que se traduce en un déficit real de profesionales y que requiere de una atención urgente. A esto se añade el estigma que sigue existiendo, ya que muchos aún creen que las adicciones, las depresiones y otros trastornos son simplemente falta de fuerza de voluntad para superarlos”.
También habría que invertir recursos en la población más joven, teniendo en cuenta que muchos trastornos mentales comienzan antes de los 18 años, “por lo que proporcionar apoyo en estas etapas tempranas puede prevenir problemas futuros. Algo que podría marcar una diferencia significativa, ya que estamos hablando de un desafío social considerable que afecta a un gran número de personas”, insiste este experto.
En este mismo contexto, la doctora Díaz Marsá subraya que la depresión y sus consecuencias son mal conocidas y confundidas, muchas veces, con el “malestar de la vida cotidiana”. Una falta de sensibilidad y de conocimiento como enfermedad de origen multifactorial, neurobiológico y ambiental, que potencian el estigma frente a estas personas. “En este entorno, la valentía de algunos famosos al compartir su experiencia con la depresión ayuda a luchar contra este estigma, y pone de relevancia el sufrimiento que esta enfermedad genera, la vulnerabilidad que todos podemos tener y el éxito de recibir un tratamiento adecuado”, comenta la experta.
Grupos vulnerables y rechazo en el entorno laboral
Los niños y adolescentes, las personas mayores y los inmigrantes, especialmente aquellos en situación irregular y que trabajan en zonas rurales con servicios limitados, son colectivos vulnerables con circunstancias especiales. Otro grupo sería el de la población reclusa, así como las personas con patología dual, que sufren tanto enfermedad mental como adicción a sustancias tóxicas. “Todas estas situaciones suman un porcentaje considerable de personas en situación de vulnerabilidad. También hay factores específicos, como el aislamiento en personas mayores, el acoso escolar en jóvenes, así como situaciones de abuso y maltrato, especialmente en mujeres. Situaciones que conllevan unos riesgos específicos y que deben considerarse prioritarios”, alerta el doctor Martín.
Problemas además que requieren soluciones desde muchos frentes, tal y como matiza el presidente de la FEPSM, que comenta que, las escuelas, por ejemplo,deberían incluir educación emocional en sus programas. “Es sorprendente que se dediquen horas a unas materias y que no se hable de las emociones, algo crucial para el desarrollo humano. Las cárceles, por su parte, se enfrentan a un porcentaje elevado de población con problemas de salud mental ya que muchos reclusos tienen problemas mentales no atendidos. Asimismo, aspectos vitales como el acceso a una vivienda o a un empleo son clave en la vida de estas personas, ya que las personas con un trabajo estable y una casa tiene un pronóstico diferente a las que no tienen estas condiciones”, añade.
Asimismo, la depresión está emergiendo como la principal causa de incapacidad laboral permanente, superando incluso a los problemas de espalda. Esto conlleva enormes costes económicos y sanitarios y, a pesar de estos datos, no existen mecanismos para facilitar la reintegración laboral de las personas con depresión.
Mayor sensibilidad política
Los expertos coinciden en que tras la pandemia se despertó una mayor atención política sobre los problemas derivados de los trastornos mentales. “De hecho”, explica el doctor Manuel Martín, “la nueva estructura del Ministerio de Sanidad incluye la posición de un comisionado de Salud Mental. Esto coincide con acciones similares en otros países, como Italia, que también ha creado este comisionado. También parece haber un acuerdo parlamentario para elaborar un Pacto de Estado sobre Salud Mental, con el objetivo de garantizar una atención oportuna y de calidad a lo largo de toda la vida, no solo terapéutica sino también preventiva. Esta mayor sensibilidad es evidente y es algo que valoramos, pero siempre subrayamos la importancia de priorizar a las personas más vulnerables, quienes se enfrentan a problemas mentales más graves”.
Por su parte, la doctora Llanos Conesa, secretaria de la SEPSM, ha comentado que, pese a este mayor interés político “la realidad es que los recursos siguen siendo escasos, especialmente en la atención a la salud mental de la población infanto-juvenil, pese a que su demanda se ha triplicado tras la pandemia. Existe mucha escasez de recursos intermedios, como son los hospitales de Día y de Media Estancia, centros específicos para patologías graves muy frecuentes como los trastornos de personalidad”.
Diferencias entre especialistas
Otro de los aspectos en el que han querido insistir en este taller son las diferencias entre los especialistas que se dedican a la salud mental. La doctora Llanos Conesa ha explicado que, aunque todos trabajan en salud mental, hay que distinguir entre el psiquiatra, que es un médico especializado en psiquiatría; el psicólogo clínico, que es un profesional licenciado en psicología que aplica tratamientos psicoterapéuticos, e incluso pueden hacer una evaluación de las necesidades psicoterapéuticas del paciente, y ha hecho la formación PIR (psicólogo interno residente), y está adscrito a un Servicio de Psiquiatría. Y, por último, los psicólogos que están licenciados en psicología, pero que no tienen formación clínica y no pueden hacer evaluaciones y tratamientos dentro de los servicios sanitarios públicos.
En cuanto a la organización de los servicios de Psiquiatría y Salud Mental, esta experta ha comentado que constan, por un lado, de recursos hospitalarios, como son las Unidades de Hospitalización Psiquiátrica (24 horas), las Unidades de Hospitalización Domiciliaria (te atienden en tu domicilio), el Hospital de Día (mañana y media tarde) y, por otro, de recursos comunitarios, como son las Unidades de Salud Mental (específicas) o Unidades de Salud Mental integradas en Centros de Salud. En los servicios también puede haber consultas de patologías específicas y también está la Salud Mental Infanto-Juvenil, con los mismos recursos que para los adultos para esta franja de edad. “Lamentablemente”, subraya, “es difícil encontrar un Servicio de Psiquiatría y Salud Mental que cuente con todos los recursos”.
Suicidio, un tema que sigue siendo tabú
En 2022, de los 4.227 suicidios registrados en España, 87 correspondieron a menores de 20 años, 702 a personas de entre 20 y 39 años, 2.144 a personas de entre 40 y 64 años y 1.294 a mayores de 65 años. La doctora Díaz Marsá recuerda que el perfil de la persona que realiza un suicidio consumado es la de un varón entre 40 y 64 años que vive en las capitales de provincia y en las ciudades grandes. “Pese a esto, en España seguimos sin disponer de un plan o programa específico de prevención del suicidio”, concluye.